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jueves, 31 de enero de 2013

Continuismo y cambio

Tal Cual

No existe posibilidad de que algún sucesor pueda desviar la ejecución ortodoxa de un plan, una estrategia y un encuadre ideológico que se propone imponer en Venezuela el modelo de socialismo cubano

SIMÓN GARCÍA

Durante más de un mes hemos vivido un simulacro de chavismo sin Chávez. La voluntad de poder, ese gusto adictivo por privilegios contradictorios con el más mínimo ánimo de igualdad, destornilló una soterrada pugna interna. Los demonios burocráticos se desataron en unas correrías por el trono que sólo pudieron ser apaciguadas con el establecimiento de un poder bicéfalo. La nueva fórmula de coexistencia interna añadió a Patria y socialismo, un tranquilizador mite y mite en todo lo susceptible a reparto. La tensa experiencia ha demostrado que el chavismo sin Chávez es una ilusión.

No existe posibilidad de que algún sucesor pueda desviar la ejecución ortodoxa de un plan, una estrategia y un encuadre ideológico que se propone imponer en Venezuela el modelo de socialismo cubano.

Las discrepancias en la camarilla dominante no expresan una diferencia de modelo sino una competencia por quién se gana la aprobación de ser más radical aplicándolo. Pero lo más relevante del anticipo son los rastros de impreparación de los delfines para asumir el manejo de un gobierno que está llevando al país a chocar con su crisis galáctica.

No hay ámbito donde ese atraso, desajuste o abierta contradicción no esté haciendo de las suyas, destruyendo oportunidades, degradando normas, instituciones, gestiones públicas y modos de vida de la población. Sus desempeños son la representación viviente de la frase "esto es el acabose".

La camarilla continuista, en vez de agarrar la crisis por los cachos, la está corriendo hasta un borde donde puede estallar la arruga. No sólo acelera el retroceso hacia una sociedad más injusta, con más privaciones y calamidades para la mayoría, sino que en sus manos se está perdiendo lo que aún somos como país.

El poder actual está llegando al final de su misión destructiva sin ninguna expectativa favorable más allá del reconocimiento y la redistribución de ingresos hacia una parte de la población que se ha convertido en una cautiva base de apoyo popular. Todos los demás resultados están en rojo y quienes quieran verlo comprueben que la situación económica y social de los vecinos es mejor que la nuestra.

Estamos en un callejón cuya angosta salida llama a proteger los activos de lucha que se tienen y a desplegar progresivamente una estrategia de resistencia democrática que abarque lo social y lo electoral. Un desafío al que hay que prestarle una atención mayor que a los partes médicos sobre la situación de un paciente cuya salud no está en nuestras manos. No habrá alternativa a lo actual sin una política que conjugue una fuerte labor de oposición inteligente con la elevada capacidad para justificar y hacer atractivo el país que proponemos.

No hay chance para el manejo exitoso de coyunturas sin una visión acerca de lo más lejos que deseamos llegar. Para crecer, para cubrir e ir más allá de los seis puntos que nos separan de ser mayoría, tenemos que regresar al encuentro con la gente, al ejercicio de la política como formación de ciudadanía, al afecto hacia los débiles y la solidaridad con quienes necesiten ayuda. Debemos empeñarnos en lograr que la condición humana de la política se sobreponga al imperio del marketing.

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