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domingo, 18 de noviembre de 2012

No ha podido

Lo detienen los escollos de un derrotero erizado por las espinas que hemos colocado a su paso

ELÍAS PINO ITURRIETA |  EL UNIVERSAL
domingo 18 de noviembre de 2012  12:00 AM



A estas alturas sería tonto dudar sobre los propósitos totalitarios del presidente Chávez. Tiene en su cabeza una idea de país que pretende convertir en realidad, independientemente de lo que piensen los demás, inclusive lo que puedan sugerir los miembros más cercanos de su equipo. Desde los tiempos de Gómez no se había manifestado una voluntad tan deseosa de un control redondo de la república. Cualquier proyecto de dominación política intentado en el pasado se queda corto ante las intenciones del actual mandatario, es apenas un remedo de lo que ha intentado y ha logrado hoy con nosotros el promotor del Socialismo del siglo XXI. Los hechos lo demuestran. Pudo proponer otra bandera para profundizar su permanencia en las alturas porque, en el fondo, lo único que le importa es el dominio de los vasallos, en Socialismo del siglo XXI, en Capitalismo de Estado, en Segunda Independencia, en el Mar de la Felicidad, en el Paraíso de las Comunas o en cualquier otra denominación buena para cumplir con un objetivo imperial. Los hechos lo demuestran.

Desde su intento de golpe militar, tal ha sido el plan del Presidente. No ha descansado en su afán de concretarlo. Lleva catorce años en la faena y ahora, después de su reciente triunfo en las elecciones, cuenta con la ñapa de un sexenio que puede considerarse como suficiente para atar los cabos que le faltan a la soga tejida en el papel desde tiempos lejanos con paciencia de orfebre. Pero no ha podido. A estas alturas apenas ha logrado una parte del designio y es evidente que no podemos atribuir la tardanza al tiempo que ha empleado en meternos en cintura, ni a unas agallas que se ven sin necesidad de examinarlas en una consulta médica. Pero, ¿qué le falta a una intención inocultable a la cual se agrega el disfrute de una influencia ante cuyos movimientos se doblegan los otros poderes del Estado, los recursos del erario y el entusiasmo de buena parte del soberano?

La respuesta se encuentra en la sociedad venezolana, buena parte de la cual se ha opuesto con éxito a la implantación del totalitarismo. El planteamiento hegemónico ha topado con la oposición de una porción consistente de la sociedad que, a su manera y desde frentes diversos, le ha puesto oportuno freno. Una hazaña sin parangón, si se considera la debilidad de los partidos políticos cuando el Presidente se estrena como gobernante, y la espantada del Congreso Nacional cuando la atmósfera de la época fue inundada por una lluvia de aguas constituyentes. Una resistencia inesperada, si se advierte cómo al principio dependió de actitudes descoyuntadas a las cuales faltaba, o se creía que faltaba, una meta concreta que mirase el futuro con la debida seriedad. Un camino capaz de superar los escollos, pues empezó con marchas a las que no se veía destino, con romerías que sonaban inconsistentes, con gritos sin eco en plazas aisladas, con declaraciones que aparentemente nadie leía, con procesiones de imágenes religiosas cuyo ritual no calzaba en los anhelos de una comunidad laica, con gritos demasiado estridentes y aun con el ruido de unas bailoterapias que parecían folclóricas en lugar de políticas.

Pero ese movimiento pasó a mayores. Las marchas multitudinarias llamaron la atención del mundo. Una huelga de proporciones nacionales fue capaz de provocar temor en las alturas. Un golpe de Estado, por fortuna descalabrado y absurdo, no dejó de inflamar la sensibilidad de sectores indiferentes, o de aconsejar el intento de hechos más eficaces y decentes. La dirigencia de los partidos, después de dar muchos tumbos, buscó mejores y más provechosos senderos. De las universidades brotó un movimiento caudaloso que pudo arrastrar a numerosos sectores alejados del claustro. La heterogeneidad dio paso a conductas uniformes que evitaron una reforma constitucional que era esencial para los planes hegemónicos; y un enjambre de votantes colocó a la oposición en las curules para llenar de sonidos distintos el seno de la Asamblea Nacional. En los estados renació la flama de los derechos de las regiones, para que los líderes comarcales ocuparan puestos perdidos en la víspera y pudieran evitar el predominio de la aplanadora colorada que se manejaba desde el palacio presidencial. Entonces se abrió el camino para el nacimiento de la MUD, milagro de zurcido de remiendos y de concertación de intereses pocas veces visto en sociedades como la nuestra; la celebración de elecciones primarias entre nominaciones de la oposición y la selección de un candidato por quien se manifestó hace poco con entusiasmo y sin reticencias la cantidad de 6.500.000 voluntades.

Los planes del presidente Chávez son tan aventurados, o se divulgan de manera estentórea, que no permiten que miremos hacia nosotros mismos, hacia el seno de una sociedad capaz de evitarlos. Pero es lo que ha hecho la sociedad venezolana en la última década: anhelar el calor de una vida más hospitalaria, manifestarse contra el imperio de la arbitrariedad de un individuo poderoso, impedir el crecimiento del monstruo del personalismo. El monstruo no se detiene porque tomó vacaciones, o porque una enfermedad llegó para fastidiarle la existencia. Lo detienen los escollos de un derrotero erizado por las espinas que hemos colocado a su paso los venezolanos. Es bueno recordar el suceso cuando acabamos de quedar mal parados en una elección presidencial, y cuando debemos pelear otra vez para que el monstruo no se salga con la suya. Si hemos hecho lo que hemos hecho, no hay motivos para dejar de hacerlo.

eliaspinoitu@hotmail.com

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