IBSEN MARTÍNEZ - Tal Cual
1 A principios de 1998, apenas comenzaba la carrera candidatural hacia las elecciones de diciembre de aquel año, publiqué en El Universal de Caracas un artículo titulado "¿Por qué no me asusta Chávez?".
Aquel artículo resumía la candorosa idea que por entonces me hacía yo de la inconmovibilidad del sistema político venezolano que nos había regido durante cuarenta años.
Discurría, más o menos, así: "Tranquilícense. No importa cuán extemporáneas y retrógradas luzcan ahora las posturas de Chávez, ni cuán fundadas sus acres críticas al sistema político vigente ni cuán radicales sus consignas en materia social, ni mucho menos la arrolladora simpatía popular pese, o quizá gracias, a su fracasado golpista que reflejan los sondeos de intención de voto, tengan ustedes por cierto que la lidia con las masivas e imponentes realidades de un país tan complejo como el nuestro, pero, al cabo, un país hecho a los usos democráticos, y , todo hay que decirlo, hecho también a las artimañas moderadoras del munificente petroestado, habrán de apaciguar al ex golpista trocado en gobernante." En cuanto a lo que vendría luego, mi artículo declaraba fe en una opiácea superchería enérgicamente difundida por historiadores de mucho predicamento en aquellos días: la "singularidad" venezolana. "Somos únicos rezaba la versión más legible --, no somos violentos como los colombianos ni adoradores perpetuos de Eva Perón; nuestro bipartidismo, imperfecto como es, es sin duda alternativo y no se parece en nada a la "dictadura perfecta" del PRI. Somos la democracia más antigua y sólida de la región." La última batalla de nuestras guerras civiles se había librado en 1903; el país era pacífico, democrático, antimilitarista, plural y solidario. Laico hasta lo profano, "mamador de gallo", aficionado al béisbol y a los concursos de belleza. ¡Ah!, y el petróleo obraba como gran amortiguador de las inequidades.
El corolario de aquella martingala sobre la singularidad venezolana era éste: lo que se nos venía encima no era más que un "cambio de elenco" así lo llamábamos , ruidoso, cierto, pero fatalmente destinado a fundirse con la élite social hasta entonces dominante.
Solían venir de tiempo en tiempo estos radicales relevos, cabalísticamente en años terminado en ocho: la guerra federal en 1858, el fin del llamado "liberalismo amarillo" en el 1898, la irrupción de la llamada "generación del 28", el derrocameinto de Rómulo Gallegos en 1948, la caída de Perez Jiménez en 1958. Otro elenco estaba llamado a hacerse presente en 1998, pero la sangre no llegaría al río porque éramos, como llevo dicho, democrácitos, pacíficos, antimilitaristas, "policlasistas" viajeros frecuentes a Miami. Nuestra religión laica era el populismo redistributivo y la movilidad social nuestro santo y seña. ¿Otro cambio de elenco? Las élites se encargarían de cooptarlo. ¿Una dictadura militar de extrema izquierda? Dificil de creer: a la Venezuela de hace quince años le venía como un guante el título de una novela de Sinclair Lewis : "Eso no puede pasar aquí".
Bueno, el caso es que no cabìa estar más equivcado que yo en aquel entonces: lo impensable , lo que no podía pasar, pasó.
2 Casi quince años más tarde, un amplio consenso académico considera el desempeño de Chávez en el poder como uno de los más acabados ejemplos contemporáneos de lo que ya en 1997 Fareed Zakaria describió y llamó "democracia no liberal": la forma de tiranía mas popular desde que desaparecieron los totalitarismos "clásicos" del siglo XX.
En los hechos políticos, se ha cumplido domésticamente un tortuoso proceso en el que un régimen, legitimado en origen por el voto popular, se deslegitima cada día más con prácticas autoritarias y excluyentes.
El desmantelamiento total del aparato institucional del país de suyo débil y afectado, de antiguo, por el socarrón régimen bipartidista de cuotas de poder -- ha logrado poner al servicio de una única facción personalista el Poder Judicial, el Legislativo y la Fuerza Armada.
Una insidiosa federación con Cuba ha asegurado a Chávez recursos de inteligencia, contrainteligencia, intimidación polical y extorsión judicial sobre cualquier disidencia que pueda surgir en cualquiera de los poderes, notablemente en el sector militar. La pugna por el control de los medios de comunicación no ha cesado ni por un instante y en ella Chávez ha logrado éxitos tan aplastantes como el cierre y expropiación de un importante canal de televisión, la clausura y embargo de circuitos radiales enteros y la autocensura de muchísimos de los restantes medios, ya sean impresos, radioeléctricos o virtuales.
Las paradojas de la globalización y la empatía mutua entre los autoritarismos híbridos ha acercado a Venezuela no sólo a Cuba, Nicaragua, Bolivia y Ecuador, sino también a potencias como China y regímenes como los de Irán, Bielorusia y Siria. A ese conjunto de intereses extranacionales se han sumado el narcotráfico y otras formas de criminalidad organizada que han colonizado, con aquiescencia de Chávez o sin ella, importantes organismos del gobierno, notablemente, insisto, los del sector militar.
La impunidad, producto de la destrucción del poder judicial, y crueles factores ditorsionantes como pueden serlo el narcotráfico y el tráfico de armas, han llevado los niveles de criminalidad letal a cotas nunca antes alcanzadas.
Felizmente, un creciente y decidido apoyo a Capriles Radonski se refleja, no sólo en las encuestas más fiables, sino en el fervor de la calle, un fervor que recuerda al que nimbó a Chávez en su mejor momento electoral, allá por 1998.
Lo que hace apenas unos años resultaba impensable como, a comienzos del 98, pudo parecer impensable el triunfo de Chávez, está ocurriendo ahora con "el flaco" y puede concretarse en cuestión de semanas.
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sábado, 8 de septiembre de 2012
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