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lunes, 24 de septiembre de 2012

Risómetro y colorímetro

Tal Cual

Es vox populi que la ciencia venezolana está palo abajo y las cosas andan muy lejos de ser las mínimas aceptables: nuestros laboratorios están obsoletos, desactualizados, mal equipados y en ruinas; los investigadores son hostigados desde el poder, maltratados y perciben salarios de miseria

JAIME REQUENA

En días pasados, el ministro de Ciencia y Tecnología anunció que el despacho a su cargo venía de innovar con el desarrollo de un novel indicador para medir el desempeño de la ciencia local; el risómetro. Mediante la simple inspección facial, el artefacto permite cuantificar el grado de satisfacción en la gestión oficial que tienen los protagonistas de la aventura de crear conocimiento en el país.

Según el ministro los colegas investigadores de las universidades nacionales y de los institutos de investigación viven la suprema felicidad ante lo acertado de su liderazgo y la magnificencia de su obra de gobierno. Empero, nada más lejano de la realidad.

Es vox populi que la ciencia venezolana está palo abajo y las cosas andan muy lejos de ser las mínimas aceptables: nuestros laboratorios están obsoletos, desactualizados, mal equipados y en ruinas; los investigadores son hostigados desde el poder, maltratados y perciben salarios de miseria. Personalmente creo que el risómetro ministerial anda mal calibrado y se confunde con las muecas o rictus.

Lo anterior no significa que como método el risómetro sea inútil. De hecho, durante los cuarenta años que precedieron a los últimos catorce, más de un burócrata recurrió al `carómetro’ ­así lo llamaban­ para ver el estado de las cosas.

Siendo esto así, conviene aprovechar la coyuntura electoral para revalidarlo pero apoyado en un noble instrumento científico; el colorímetro. Por ejemplo, ahora cuando la máxima felicidad planetaria es uno de los objetivos fundamentales de lo rojo rojito, sería de interés medir la placidez de la gente.

Para este efecto proponemos llevar a cabo un experimento científico analizando en la TV los dos tipos de concentraciones populares en curso. En cada una procédase a observar el cariz de los rostros de los participantes y el colorido de las banderas. El resultado del experimento es claro: caras largas en las encerronas monocromáticas del candidato oficial contra efervescentes sonrisas en los mítines llenos de color y pueblo de Henrique Capriles Radonski.

Ese resultado, aunado a los tumbos y bandazos que viene dando el poder oficial ante esos puntos porcentuales de ventaja que le ha sacado la oposición en las encuestas, parecieran comprobar que llegó la hora del cambio. ¡Todos a votar el 7 de octubre con una sonrisa en el rostro y las banderas de color! Ese día podremos sacar del gobierno a quienes nos han dividido y destruido como sociedad.

Aunque costará mucho rehacer nuestro sistema de ciencia, tecnología e innovación, lo lograremos con el favor de Dios y el empuje que desde la Presidencia de la República le dará Henrique Capriles Radonski a una administración dedicada verdaderamente a servir.

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