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jueves, 27 de septiembre de 2012

El corazón de la patria

Tal Cual

En este "pequeño" detalle está el corazón, no de la patria, sino del desmadre que estamos padeciendo desde hace 14 años. En el programa de gobierno del susodicho, con la misma gastada cita de Antonio Gramsci sobre las crisis históricas ("cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer") se promete avanzar hacia un punto de "no retorno", para lo cual es indispensable mantenerse en la presidencia

LEÓN ARISMENDI

Decir que se están echando las bases para la construcción de una sociedad más justa, denominada socialismo del siglo XXI, y pregonar que los trabajadores son el núcleo esencial de tal cambio, es parte de la fraseología de una vulgar estafa, cuya trama se devela cuando se constata que no hay nada consistente que evidencie que los asalariados tienen "poder" de decisión en este gobierno.

El hecho se puso de bulto en aquella reunión, en Guayana, que concluyó de modo abrupto, luego que varios dirigentes sindicales le voltearon el guión al aspirante a la reelección eterna. Este pedía fidelidad para su "proceso" y los dirigentes sindicales le respondían que la aspiración inmediata de los trabajadores era muy concreta: la negociación de las convenciones colectivas; que en algunos casos, tienen más de 5 años vencidas. Chávez insistía en que lo primero es él y los sindicalistas ripostaban, exigiendo cumplir con los trabajadores.

En este "pequeño" detalle está el corazón, no de la patria, sino del desmadre que estamos padeciendo desde hace 14 años. En el programa de gobierno del susodicho, con la misma gastada cita de Antonio Gramsci sobre las crisis históricas ("cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer") se promete avanzar hacia un punto de "no retorno", para lo cual es indispensable mantenerse en la presidencia. Se trata del mismo chantaje que utilizaron todos los déspotas que se alzaron con el poder en los países del denominado socialismo real. La continuidad de la revolución está por encima de todo y la revolución soy yo.

Para alcanzar el punto de no retorno, Stalin cosechó una obra criminal que se llevó en los cachos a un gentío, incluyendo a infinidad de "camaradas" de su propio partido; Alemania fue partida en dos, Mao dejó una estela de cadáveres con su "revolución cultural" y Fidel, Raúl y su clan convirtieron a Cuba en una enorme cárcel.

En todos esos procesos, la clase trabajadora fue convertida en fachada ideológica y, en lo concreto, tuvo que subordinar sus intereses a los del partido (o a los de su secretario general), con lo cual quedó anulada como actor social. Mucho peor es lo que se vislumbra en el aquelarre criollo, cuyo jefe no tiene puta idea de la organización de la actividad productiva y todo lo relaciona con soldados, cuarteles, órdenes y batallas.

Sería bien interesante que los dirigentes sindicales que aún comulgan con "el proceso" le metieran la lupa al programa de gobierno de Chávez. Allí podrán advertir que salvo una escueta invocación a la "unidad de la clase trabajadora", no existe una sola cuartilla referida a la problemática laboral y sus posibles soluciones; que la negociación de las convenciones colectivas del sector público brilla por su ausencia.

El dirigente sindical menos avisado sabe que el poder de los trabajadores comienza por el ejercicio del derecho a negociar las condiciones de trabajo. Lo demás es muela. He aquí una razón más para votar por Henrique Capriles.

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