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miércoles, 2 de mayo de 2012
El poder terrenal
CARLOS OTEYZA - Tal Cual
No habrá una "primavera árabe" como muchos imaginaron luego de los sucesos acaecidos en la región. Pero cuidado, porque sí ha habido movimiento: las piezas del ajedrez árabe han avanzado, aunque no hacia un destino único y occidental. Esta idea la suscribió el filósofo Fernando Mires en su reciente artículo "Cinco tesis sobre el Medio Oriente". Y aclara: "(...) en el mundo árabe no van a salir democracias suizas de un día para otro, sin embargo, la conquista de las insurrecciones es otra: la `politización de lo religioso’, porque ha comenzado a superarse lo que antes prevalecía, la `religiosidad de lo político’". Según Mires, dentro del Islam sunita dominante en la zona están apareciendo partidos, divisiones unos conservadores, otros más liberales y recurren a las elecciones para transar sus diferencias. Se están politizando y conviven pues con diferencias.
Y entonces uno se pregunta: ¿qué ha sucedido aquí en este otoño de trece años? A la inversa de la primavera árabe, aquí lo que se ha venido cocinando es la "religiosidad de lo político".
No es que lo hayan logrado, pero no se detienen en el intento.
No exageramos. ¿Acaso no hemos visto cómo desde el poder se ha intentado dotar al país de una religiosidad bolivariana en el campo de la política? Se le ha querido dar cuerpo doctrinal a algunas frases dispersas de Bolívar, que ni se discuten, ni se busca comprender el contexto en que fueron emitidas. Los muchos textos del Libertador que contradicen las acciones del gobierno sencillamente se obvian, no entran en el catecismo utilitario. Pero Simón da para mucho. Se le cambia el nombre al país, a las Fuerzas Armadas, se crean universidades, se edifican panteones y la marca religiosa de Bolívar se ensancha.
Gobernar en nombre de Bolívar, encarnar su pensamiento y legado, tiene consecuencias prácticas: hacer del Papa de Miraflores un infalible, un predestinado que tiene que cumplir con una vieja misión, unirnos a todos, sin diferencias de partidos, alcanzar el mito de la unidad extraviada.
Al introducir desde el alto poder "la religión bolivariana" en la arena política, empiezan a aparecer pecadores por todos los rincones. Es muy sencilla la ecuación: el venezolano que se queje de un hospital público, disienta de una expropiación, cuestione una sentencia, no estará haciendo valer su condición de hombre libre en la escena pública; por el contrario, estará traicionando el dogma porque cuestiona alguno de los salmos que se imparten a través de las cadenas.
Esta religiosidad de la política no se ha concretado por la resistencia que ha asumido buena parte del país. Por ahora, lo que ha triunfado es el miedo, la voracidad, los secuestros, la impunidad, y toma vuelo el sicariato. Pero sí ha habido un premeditado intento de desechar la política, ese delicado espacio donde resolver los conflictos, y camuflajearla de religiosidad para asirse de todo el poder terrenal.
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