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lunes, 30 de abril de 2012
Vargas Llosa dice
Fernando Rodríguez - Tal Cual
No soy de los fanáticos de nuestro último Premio Nobel latinoamericano. Sobre todo creo que posee un pensamiento bastante elemental, bastante prescindible. Y sus novelas, aunque reconozco que tienen demasiadas altas y bajas, a mí me gustan todas, excepción hecha de las eróticas que parecen escritas por algún seminarista afecto al onanismo. Por supuesto le agradezco los pescozones reiterados que le da a nuestro Poseso.
Pero creo que le ha tocado jugar un papel en estos tiempos excepcionales no sólo en América Latina sino en el mundo, el de maître a penser, que parecía casi extinguido. Como se sabe, esa es una figura francesa que convertía a los grandes escritores en ductores de la opinión en todos aquellos sucesos que conmovían la vida política planetaria, los dilemas morales, el sentido trágico de la condición humana y, de paso, la gastronomía o la vida sexual. Hablo de tipos como André Malraux, Albert Camus, Simone de Beauvoir, Raymond Aron y, sobre todo, Jean-Paul Sartre, por ejemplo. Pero parecía, aun en el Barrio Latino de París, una raza en extinción acelerada. El mismo Sartre reconoció en algún momento tardío que los medios de comunicación masivos habían ocupado ese lugar privilegiado.
En nuestro subcontinente esa raza ha sido poco expandida, en principio seguramente por nuestra minusvalía económica y cultural, nuestra accidentada vida política, la falta de aparatos difusivos suficientes y otras circunstancias genéricas. Tuvimos una que otra gloria local, como el pomposo Arturo Úslar en Venezuela.
Y los que hubiesen podido asumir esos roles, por su nombradía mundial, no lo lograron. Neruda era un comunista muy rudimentario. A Borges le gustaba demasiado el disparate lúdico. García Márquez no ama mucho las ideas, por suerte para la literatura, y su posición política no se la explica ni él mismo. Octavio Paz no tuvo mucha suerte con los contextos políticos en que vivió, salvo en sus mocedades.
Lo cierto es que a don Mario le ha tocado encarnar plenamente ese rol. Hombre de cultura amplia, político a sus horas, de indudable afición periodística, muy sabio en el manejo de su imagen mediática, premiado a más no poder, pluma incansable y de comunicación fluida con amplias élites lectoras y, sobre todo, en armonía con el mundo poscomunista, con el liberalismo reinante, para dejar de lado matices, como su derechismo consecuente.
Todo ello le ha dado una inmensa audiencia, un poder como nadie tuvo nunca en la vida intelectual de estas tierras. Es un ídolo, un maestro de multitudes. En tanto tal un fenómeno a estudiar, entre otras cosas porque podría ser de los últimos.
Esto me viene a la cabeza porque acaba de salir un libro teórico del señor donde la emprende, lanza en ristre, contra la cultura de nuestro tiempo convertida en entretenimiento frívolo y vacío, nada menos. Asunto, tanto por el tema como por el autor, que va a hacer correr mucha tinta en no pocos lados. Supongo que muy pronto estará en nuestras empobrecidas librerías. Sin duda el asunto suena interesante.
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