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miércoles, 18 de abril de 2012

Sobre los acuerdos mínimos

Tal Cual

Hemos perdido de vista la necesidad de construir mínimos morales que permitan establecer acuerdos. La generalización de la democracia electoral en la región es insuficiente para garantizar la felicidad colectiva

MIGUEL ÁNGEL LATOUCHE


I. La verdad, la invitación me sorprendió, la Relatoría para la Libertad de Expresión de la OEA me había mandado una invitación para un Seminario de Expertos que se llevaría a cabo en abril en la Ciudad de Panamá. Nunca me enteré de los criterios para la selección de los participantes, lo cierto es que a la cita concurriríamos una serie de personas que por una vía u otra hemos trabajado el tema, desde académicos hasta luchadores por los Derechos Humanos, pasando, claro, por periodistas y miembros de diversos grupos de la sociedad civil de los países de la región. El asunto de principio me pareció interesante, se trataba de la posibilidad de intercambiar experiencias y comparar puntos de vista con colegas y adelantar alguna comprensión sobre los problemas que, en la materia referida a la actividad, enfrentan nuestros países.

En general, y con sus matices, uno podía encontrar coincidencias importantes en el tono y en los contenidos de los diversos relatos que fueron expuestos por los participantes. Más allá de las conclusiones formales, y hablando de manera personal, uno se trae la sensación de que con sus más y con sus menos la región se encuentra en situación de crisis, de que nuestra institucionalidad se encuentra debilitada, de que en cada uno de nuestros países; de nuevo, con sus más y con sus menos, hemos perdido de vista la necesidad de construir unos mínimos morales a partir de los cuales establecer acuerdos que permitan en serio el funcionamiento social.

No se trata, entonces y solamente, de que la situación de la libertad de expresión en la región se encuentra, en general, comprometida, la profundización del discurso populista y la presencia excesiva del Estado en la plaza pública silencia, queriendo o sin querer las voces disidentes, lo que hace que el discurso que se construye desde el poder colonice el espacio público y reduzca los espacios de discusión. Se trata además de que hemos transitado en los últimos años, y esta es, claro, una generalización exagerada, hacia gobiernos, que sin ser dictaduras, tienen un tono autoritario y profundamente populista, en los cuales prevalece el voluntarismo de la clase política. Entonces el problema de la gestión pública se convierte en un ejercicio personalista asociado a la voluntad de los gestores de lo público, lo que, en gran medida, hace que los intereses públicos se privaticen.

Pero se trata adicionalmente de que la presencia permanente, exagerada y, a veces, omnipotente del Estado, dificulta la emancipación de los individuos. Uno se encuentra a cada paso con un ejercicio permanente en el cual desde el poder del Estado se intenta establecer relaciones de carácter clientelar que reducen la iniciativa individual, que hacen que los sujetos sean cada vez más dependientes del Estado, que rompen la voluntad individual, que intentan evitar la emancipación de los individuos, su tránsito hacia la mayoría de edad. Uno siente que en América Latina la relación entre la Sociedad y el Estado se definen en términos de resistencia.

II. El recorrido argumentativo de la semana pasada hace, al menos para mí, evidente que la generalización de la democracia electoral en la región es insuficiente para garantizar la felicidad colectiva, se trata de una condición necesaria, imprescindible, pero que requiere, por una parte la construcción de un contrato colectivo que de cuentas de manera suficiente de las necesidades y los intereses de quienes conforman la sociedad en un momento determinado y de las implicaciones intergeneracionales de las decisiones que se toman en el presente.

No se trata de la definición normativa de un cuerpo de leyes o reglamentos, no siquiera de la definición del Marco Constitucional, sino que se refiere a lo que pasa en el tiempo previo, en la definición que la Sociedad tienes hacerse de sí misma, de su futuro, de su concepción acerca de lo que es Bueno, de lo que es Justo y de lo que no lo es. La Constituyente no soluciona nada si somos incapaces de construir de manera previa acuerdos mínimos para la convivencia colectiva y el funcionamiento individual y grupal.

Por otra parte pasa por desarrollar la capacidad para escucharnos y respetarnos desde la diferencia. Una sociedad en la cual la descalificación del otro tiene un carácter permanente, es una sociedad que no funciona, cuyo futuro se encuentra en cuestionamiento permanente. La construcción del futuro es, a fin de cuentas, una empresa colectiva que no le corresponde a los particulares, sino a la totalidad de los sujetos que conforman a la sociedad en un momento determinado, lo que requiere una participación activa y permanente de la gente.

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