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jueves, 1 de marzo de 2012

La herejía de la esperanza

Tal Cual

La polarización impone la visión simplista de que el otro es responsable de todo lo malo y nosotros de lo bueno La pregunta sobre cómo se pueden organizar el espacio y los escenarios de la transición es muy relevante

VLADIMIRO MUJICA - Tal Cual

En el "Jardín de los senderos que se bifurcan" el presente, el pasado y el futuro se entremezclan de una manera que los escenarios de la realidad se intervienen entre sí. Pensar y analizar en posibles escenarios es un juego de la guerra, la política, y quizás de la vida en general, que cobra especial relevancia en medio de una crisis cuando la realidad se puede resolver de diferentes maneras.

Venezuela y su compleja realidad es un campo ideal para el análisis de escenarios. En estos días muchos de ellos se centran en el abanico de posibilidades alrededor de la salud del presidente Chávez. ¿Está enfermo de verdad? ¿Si está enfermo se curará? ¿Si se cura aguantará hasta las elecciones? Yo prefiero, como sabiamente recomendó en un magistral artículo Fernando Mires, tomar el punto de vista de que la oposición debe armar su política prescindiendo de los vaivenes de la salud presidencial. Emulando a Henrique Capriles, yo también le deseo salud y larga vida al Presidente, para que, entre otras cosas, pueda ver con sus propios ojos los cambios que se darán en el país cuando Venezuela se deshaga de su yugo. Por supuesto que la salud del Presidente es una variable clave para armar los escenarios posibles, pero esto debe ser el oficio de un grupo de gente que le siga el paso a los acontecimientos. Yo partiré del supuesto de que Chávez, o su ungido, van a las elecciones de octubre y las pierden.

Muchos de los pensamientos sobre la Venezuela postChávez se centran en la enormidad y complejidad de la crisis asociada con la destrucción de la instituciones, la violencia paralegal que ha crecido estimulada por el régimen, la inseguridad endémica, la debilidad del aparato productivo, el desempleo, la dramática situación del sistema de salud, el desempleo, la inflación, la debilidad de la industria petrolera y otras calamidades que heredaremos de estos 14 años de desgobierno. Unámosle a esta lista del horror el hecho de que el chavismo seguirá siendo una fuerza formidable, con o sin Chávez en Miraflores, con importantes recursos políticos y financieros, y con el control de instituciones como el TSJ, el CNE y la AN, y tendremos una visión de la complejidad y riesgos del panorama que le tocará enfrentar al próximo presidente y las fuerzas que lo apoyan.

Pero sobre esto se ha escrito mucho y no creo que nadie se engañe respecto a la enormidad de la tarea.

Lo que me interesa destacar hoy es algo que mucha gente podría calificar como una ingenuidad política pero que tiene antecedentes importantes en otras transiciones que se han producido en el mundo, notablemente en España, Chile y Sudáfrica. En los tres casos mencionados, cada una de estas naciones emergió fortalecida de un amargo conflicto en una nueva realidad donde los actores fundamentales del parto fueron las fuerzas del futuro y lo más avanzado de las fuerzas del pasado. En Venezuela la naturaleza autoritaria del proyecto chavista, que persigue con especial saña a quienes son percibidos como traidores a la revolución, no permite visualizar a los actores de un eventual proceso de transición. La situación es muy diferente en el campo democrático, donde además del rol evidente que jugará el candidato Henrique Capriles y su equipo, hay un número importante de actores individuales y organizaciones que están en el juego de contribuir a armar la transición.

Por supuesto, y como afirma el aforismo inglés, It takes two to tango. No hay ningún espacio para organizar transiciones si no existe la convicción política de que este será un proceso inevitable para la reconciliación y reunificación del país.

De modo que la pregunta sobre cómo se pueden organizar el espacio y los escenarios de la transición es muy relevante.

Algunas de las respuestas más evidentes en esta materia tienen que ver con el manejo de lo que podría llamarse la cohabitación institucional y la flexibilidad, algunos llamarían a esto la imperdonable laxitud en el manejo de las querellas judiciales por las actuaciones inconstitucionales del régimen chavista. Pero mucho más allá de estas consideraciones, ya de por sí muy complejas, está la reflexión esencial sobre el cruce de dos culturas que cabe anticipar en cualquier espacio de transición.

La polarización impone la visión miope y simplista de que el otro es responsable de todo lo malo y nosotros la encarnación de lo bueno que está por venir. Nada más alejado de la verdad histórica y cultural venezolana. La versión más perversa de la fábula bucólica de buenos contra malos es la que sostiene que la restauración del orden y la realidad preChávez significarían el retorno al paraíso prometido que la acción del chavismo nos niega. En un sentido muy profundo, que todavía nos resistimos a aceptar, Chávez y el chavismo son la progenie más genuina del proceso de crecimiento de la pobreza, el debilitamiento del sistema de partidos y la corrupción de las instituciones que se produjo en Venezuela a partir de la década de los 70. La enorme aceptación de la que disfrutó el futuro caudillo autoritario allá por los tiempos de su elección, que hoy parecen alejados una eternidad, indica con claridad que la sociedad venezolana de 1989, enferma de decepción, vio en Chávez el triunfo último de la antipolítica y la aparición del esperado Mesías.

La herejía de la esperanza consiste en examinar desapasionadamente que algunos de los códigos culturales de la plus década chavista tienen que estar incorporados en el nuevo país que se puede rearmar después de octubre. En particular la participación popular y el compromiso de luchar contra la pobreza, incumplido y violentado pero sin embargo indispensable para ganar a buena parte de ese otro país que no entendemos.

Del ejercicio sabio de esa herejía dependerá en buena medida que la anhelada reconciliación no se convierta en otra oportunidad perdida y que verdad incorporemos a nuestro modo de vida la enseñanza de que ni el individualismo sin frenos ni el populismo irresponsable son compatibles con el bien común.

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