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Esto escuché decir al primo Efraín en mi lejano primer día en un estadio de béisbol profesional. Mi primer día como fanático, claro está.
Fue durante la temporada invernal de 1961-62, y lo sé bien porque aquel partido dominical lo disputaron mis "Leones del Caracas" y los desaparecidos "Licoreros del Pampero". Leo Posada y Mateo Alou habían venido como jugadores "importados" para el Pampero; César Tovar y Vic Davalillo eran ya mis ídolos aborígenes.
Recuerdo también que mi primo se interesaba mucho por el desempeño de José Joaquín Azcue, superlativo receptor cubano de Grandes Ligas, invariablemente llamado "El Inmortal" por los comentaristas deportivos de aquella era todavía radiofónica.
Tengo, sin embargo, un motivo mejor para recordar con precisión la fecha de mi primera temporada como espectador asiduo de un gran parque de pelota: aquel año no hubo Serie del Caribe porque la década comenzó para Cuba con la abolición "revolucionaria" de su beisbol profesional. ¿El motivo de esta prohibición? El designio de Fidel Castro de crear un "hombre nuevo", ajeno a las capitalistas solicitaciones del lucro y a la deshumanización propias del llamado "deporte espectáculo".
Fue también el año en que la serie mundial de las Grandes Ligas se enlazó con la "crisis de octubre", avatar hemisférico de la Guerra Fría que puso en boga el cliché "isla erizada de misiles". Los Yankees de Nueva York se hicieron con el gallardete su vigésima corona de campeonato desde que el mundo quiso llamarse mundo, en siete juegos de una de las series más prolongadas en la historia del pasatiempo: 13 lluviosos días. Los Yankees no habrían de ganar otra Serie Mundial hasta 1977.
Jugar una serie que reuniese a los mejores equipos profesionales de la Cuenca del Caribe fue una idea venezolana muy semejante a la de la Opep, esa otra idea nuestra de la que Arabia Saudita y los emiratos del Golfo Pérsico han sabido sacar más provecho que nosotros mismos: al finalizar la temporada "invernal" de 1959-60, Cuba había ganado ya siete de las doce ediciones de la competencia, Puerto Rico cuatro, Panamá una y Venezuela...ninguna.
En un intento de suplir los fastos de la Serie del Caribe, se organizó aquel año, y todavía por otros dos, una serie llamada "interamericana".
Resultó una competencia triste y deslucida sin Cuba, caballero, la vaina no tenía salero, jugada en San Juan de Puerto Rico entre dos equipos finalistas de la temporada regular boricua, un equipo panameño y mis Leones del Caracas. Puerto Rico ganó esa justa tan injusta. El experimento no llegó a cuajar y, aunque las series del Caribe se reanudaron en Caracas 1970, con la participación de México, Puerto Rico y República Dominicana, la ausencia de Cuba en las mismas las hace cojitrancas, en opinión de todos, y sigue siendo tan absurda, inconducente y afrentosa como el embargo comercial gringo.
Aquel año de 1962 todo en torno a mí se concertaba para recordarme que soy, antes que cualquier otra cosa, caribeño, valga esto lo que pudiere valer. En especial el béisbol que vi jugar aquel año inolvidable. Con lo que llego al título de esta bagatela dominical.
2 Como se sabe, en Cataluña se juega béisbol profesional. ¿Por qué apostrofar a los catalanes como si fueran dummies en materia de béisbol? Porque fue en Barcelona, durante una cena bien rociada y mejor "conversada", donde mi amiga Ana Nuño persona que entiende de beisbol no menos que de fútbol me instó a tratar de hacer inteligible a un catalán esto es, a un europeo sinceramente interesado en nuestra América la noción de que el béisbol, entre nosotros, no ha sido una imposición imperial gringa ni un zalamero esnobismo "pitiyanqui" de la "élite blanca", como querría el izquierdoso departamento de "estudios multiculturales" de más de una universidad estadounidense, sino una ya más que centenaria partícula cultural, definitoria de un puñado de naciones hispanoamericanas, insulares o ribereñas de nuestro mare nostrum, que apenas apenas, insisto hemos cumplido doscientos años de edad.
Puesto a ello, no encuentro mejor modo de comenzar que trayendo una cita del gran José Lezama Lima, egregio poeta cubano, autor de un libro capital, La expresión americana, y a quien creo que pocos tendrían por fanático de la pelota.
3 Entre finales de septiembre de 1949 y el Carnaval del 50, Lezama Lima escribió, sin apartarse de su característico estilo barroco, erudito y, en ocasiones, críptico: "Finjamos con la ayuda de la lámpara maravillosa y el mago de Santiago, que han pasado cuatro siglos, y que los que entonces sean los caballeros del relato y del cronicón se vean obligados a reconstruir un juego de pelota. Supongamos un informe de los Mommsen de entonces remitido a la Academia de Ciencias Históricas de Berlín, sobre la suerte de la esfera voladora: `Hay nueve hombres en acecho de la bola de cristal irrompible que vuela por un cuadrado verderol [...] Esa pequeña esfera representa la unión del mundo griego con el cristiano, la esfera aristotélica y la esfera que se ve en muchos cuadros de pintores bizantinos en las manos del Niño Divino. Los nueve hombres en acecho, después de saborear una droga de Coculcán, unirán sus destinos a la caída y ruptura de la esfera simbólica. Un hombre, provisto de un gran bastón, intenta golpear la esfera, pero con la enemiga de los nueve caballeros, vigilantes de la suerte y navegación de la bolilla. Jueces severísimos se reúnen, dictaminan, y se ve después silencioso, a uno de aquellos caballeros defensores, abandonar el jardín de los combates. La esfera de cristal, en manos de uno de aquellos guerreros, tiene fuerza suma para si se toca con ella el ajeno cuerpo, cincuenta mil hombres de asistencia prorrumpan en gruñidos de alegría o rechazo. Si la esfera de cristal se pierde más allá de los jardines, el caballero de gris con grandes listones verdes, a pasos lentos sigue su marcha, como si tuviese la recompensa de un camino suyo e infinito.’" ¿Pensaba Lezama Lima, igual que mi primo, en esas reglas del béisbol; tan intrincadas que, vistas de lejos, parecen excepciones? ¿O en las trampas de arena, las descaminadoras falsas trochas de la historiografía? ¿Anticipaba que cualquier historia del béisbol entre nosotros, digna de tal nombre, se intersecta fatalmente con la llamada "historia cultural"?



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