El entorno ideal para la sobrevivencia eterna del modelo chavista es una sociedad de mendigos del Estado, uno donde la existencia de la gente esté condicionada no a su trabajo sino a la voluntad de quienes le dispensan ayudas
Por: Vladimiro Mujica
Tal Cual Digital
La idea del control de la sociedad es central a movimientos y regímenes de inspiración totalitaria como el chavismo. Al control de las instituciones del Estado, le ha seguido la escalada por el control de la economía, de la educación, de la salud, en fin de todos los aspectos de la vida de los venezolanos. Nada escapa a la voracidad del control totalitario.
El control total es extremadamente destructivo para una sociedad porque consume su fuerza vital creativa. Sus primeras víctimas son las artes, la ciencia, la literatura y, en general, todas las actividades humanas que requieren de la libertad de pensamiento para desarrollarse. Es verdad que inclusive bajos regímenes tiránicos han florecido grandes pensadores y artistas, pero éstos han sido casos excepcionales. La regla es que en una sociedad donde perece la libertad e impera el miedo termina por perecer el propio espíritu humano.
Pero aun dentro de los esquemas de control hay grandes y profundas diferencias entre diferentes épocas y países. El esquema totalitario chavista no obedece tanto a una ideología sino más bien a un proyecto patológicamente personalista que se nutre de fuerzas profundamente arraigadas en la sociedad venezolana como el resentimiento.
En verdad una de las más profundas y perturbadoras enseñanzas de esta década infame es que existía otro país, otra cultura, otros valores, coexistiendo con la otra Venezuela que vivía en un territorio de oportunidades que solamente existían para una parte de la población. El control total también tiene eso: Propicia el florecimiento de las fuerzas más atrasadas.
El totalitarismo es a la par que cruel y poderoso profundamente cursi. No de otro modo puede ser porque la idea de control total está aparejada con el sometimiento a la voluntad de un individuo o de una oligarquía del poder.
En ambos casos, su afianzamiento está indisolublemente ligado a la obsecuencia, la adulación y la exaltación de una persona hasta extremos que inevitablemente lindan con la ridiculez y la cursilería. En el caso venezolano, el control está acompañado del populismo que convierte la acción del estado en un acto que depende de la voluntad de la nueva oligarquía chavista.
De hecho, el entorno ideal para la sobrevivencia eterna del modelo chavista es una sociedad de mendigos del Estado, uno donde la existencia de la gente esté condicionada no a su trabajo sino a la voluntad de quienes le dispensan ayudas.
Un último ingrediente peculiar de la maquinaria del control es que a veces procede por caminos inesperados. Es el caso por ejemplo de leyes como las del poder comunal que crean un inmenso desorden para convertir en cascarones vacíos a las gobernaciones y alcaldías.
Al final el objetivo es que todo termine por depender de una todopoderosa oligarquía donde ninguna de las zarandajas del poder popular o la democracia participativa y protagónica sobrevivirá. Son las cosas anunciadas que el futuro nos traerá si no salimos pronto de este desastre.
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