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martes, 20 de noviembre de 2012

Las nuevas formas del autoritarismo

Siembran gobiernos personalistas por sobre la división y disolución de sus pueblos e instituciones

ASDRÚBAL AGUIAR | EL UNIVERSAL
martes 20 de noviembre de 2012 12:00 AM

En el marco de la globalización se produce hoy un inevitable "estado de cosas", cuyos moldes políticos y constitucionales no encuentran concreción adecuada. Y ello conspira contra la viabilidad de la democracia.

Median dos tendencias sociales paralelas que, si no logran ser canalizadas o tamizadas bajo los cánones de la libertad, pueden provocar una crisis fuera de la democracia, en contra de sus estándares, no obstante la necesidad de revisión que éstos acusan a la luz de la sociedad digital y de vértigo en avance

Ningún Estado -no solo el nuestro- es capaz y suficiente para resolver, por sí solo, los graves desafíos y problemas que plantea la mundialización en sus distintos planos, incluido el criminal; pero a la vez, dado que crece y se expande brutalmente en el orden interno, haciéndose complejo y por lo mismo insensible a la cotidianidad de la gente común, las mayorías abandonan sus identidades alrededor de lo ciudadano. Se disgregan y atomizan, y cada grupo o individuo, en su horfandad moral, se organiza de modo reticular, crea límites y divisiones dentro del mismo Estado, similares a los que definen a éste frente al resto de los Estados. Le ocupan y preocupan sus necesidades vitales, nada más.

La cuestión es que tal disolución de factura "comunal" afecta los criterios de universalidad de los derechos humanos y de generalidad de las leyes. Afirma el derecho a la diferencia y a la localidad humana, y deja de ser expresión de la pluralidad democrática en la misma medida en que cada retícula social o comunal -indigenista, ambientalista, vecinal, y hasta transexual- no se reconoce en las otras e intenta imponerle a los otros su "cosmovisión casera". Los "chavistas", es el caso, se empeñan en regresar a la vida primitiva, de trueque y bajo la autoridad de un chamán, pero a la par quieren obligar al resto de los venezolanos, montados sobre el ferrocarril de la modernidad, a que se bajen del mismo.

Y dada la pesadez e infuncionalidad del Estado, su espacio lo ocupan gendarmes de nuevo cuño, quienes se apropian de la soberanía a la manera de los príncipes medievales. Entienden el apoyo popular recibido en términos equivalentes a la traslatio imperii de la que nos habla la Escolástica. Son firmes creyentes en el gobierno a perpetuidad y asumen que el mandato recibido mediante el voto como absoluto e irrevocable. Nada cuentan los límites del poder de las mayorías en toda democracia, que mal pueden decidir sobre la vigencia y existencia de la misma democracia, hecha de pluralidad y alternancia.

En suma, sobre la base de presupuestos discutibles que se acompañan de máximas de la experiencia -como lo es el cuadro de exclusiones sociales presente y sobredimensionado- tales gendarmes le atribuyen a la democracia sin adjetivos ser el origen de la inseguridad y violencia exponenciales que padecen nuestras sociedades. Y tales predicados, manipulados a conveniencia, provocan un choque terminal -quizás coyuntural- entre dos visiones garantistas irreconciliables. Una, la correcta, predica que los controles políticos y judiciales -nacionales e internacionales- en materia de derechos humanos y de suyo sobre la efectividad de la democracia, han de hacerse con base en el principio pro homine et libertatis. Ese es el caso del sistema que integran la Comisión y la Corte Interamericanas de Derechos Humanos, que recién denuncia el Presidente de Venezuela. La otra visión, en construcción, representada por la Unasur y el Mercosur, pretende que el juicio de valor se haga pro principe o regens, por creerse sus actuales gobernantes la viva encarnación de los intereses colectivos. Es una enfermedad que no discrimina entre la derecha y la izquierda.

Lo así dicho lo hice saber en mi exposición ante las Cortes y Tribunales Constitucionales de América Latina, reunidas en Chile y con ausencia de Venezuela, y al efecto recordé lo dicho alguna vez por el magistrado mexicano y expresidente de la Corte Interamericana, Sergio García Ramírez: "Para favorecer sus excesos, las tiranías clásicas que abrumaron a muchos países de nuestro hemisferio invocaron motivos de seguridad nacional, soberanía, paz pública. Con ese razonamiento escribieron su capítulo en la historia... Otras formas de autoritarismo, más de esta hora, invocan la seguridad pública, la lucha contra la delincuencia [el combate de la pobreza, agregué], para imponer restricciones a los derechos y justificar el menoscabo de la libertad". Siembran gobiernos personalistas por sobre la división y disolución de sus pueblos e instituciones, menoscabando la ciudadanía social para luego enterrar a la ciudadanía política.

correoaustral@gmail.com

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