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viernes, 8 de marzo de 2013

Sindicatos y chavismo

Tal Cual

Hago constar que no pretendo exonerar de sus falencias al sindicalismo que teníamos antes del advenimiento del chavismo, cuyo cambio y transformación era una necesidad

LEÓN ARISMENDI

La Libertad Sindical es el derecho que tienen los trabajadores de constituir, sin autorización previa del Estado, las organizaciones que estimen necesarias para defender sus derechos e intereses.

Agrupaciones que, además, son libres para administrar sus recursos, definir su programa de acción, redactar sus estatutos y elegir a sus dirigentes sin la intervención de las autoridades públicas.

Tales prerrogativas, reconocidas luego de largos años de intensa confrontación entre trabajadores y patronos, constituyen un avance civilizatorio fundamental para lograr el denominado progreso con equidad social, en paz y democracia.

Sin embargo, en los tiempos que corren, los sindicatos no viven su mejor hora. En el mundo industrializado, el acelerado desarrollo tecnológico y la descentralización de las empresas, amén de cierto discurso que los estigmatiza como piezas del pasado, son factores que precipitan la caída de las tasas de sindicación.

En nuestro país, aunque luzca paradójico, el debilitamiento de la actividad sindical ha tenido como factor fundamental a un gobierno que se define como revolucionario y que, repitiendo los errores del socialismo real, no pudo sustraerse a la tentación de colocar a los sindicatos bajo su control.

Hago constar que no pretendo exonerar de sus falencias al sindicalismo que teníamos antes del advenimiento del chavismo, cuyo cambio y transformación era una necesidad. El punto es que en su afán por exterminarlo, las prácticas antisindicales se convirtieron en política de Estado.

Sin el menor ánimo de perturbar estos días de luto y exaltación de las ejecutorias del fallecido Presidente de la República, debo decir que los sindicatos, en su acepción clasista y libertaria, nada tienen que agradecerle a este gobierno. Por el contrario, el cúmulo de normas y actos oficiales, contrarios a la libertad sindical, dictados durante estos 14 años constituyen un oprobio.

No dudo que haya "sindicalistas" que se sientan ungidos por los favores y privilegios que les confiere el intervencionismo estatal. Muchos de ellos hijos de cierta izquierda, que se asume dueña del ombligo del mundo y lo justifica todo desde su pretendida supremacía moral. Esos para los cuales cuando los gobiernos anteriores se metían en los asuntos sindicales era bochornoso y ahora, cuando lo hace este, es revolucionario y digno de encomio.

La tapa del frasco son las normas del DLOTTT relativas al sindicalismo. Se trata de un compendio que contraviene todas las recomendaciones de los órganos de control de la Organización Internacional del Trabajo sobre la materia.

Una ley que entre otras perlas obliga a los sindicatos a modificar sus estatutos para amoldarlos a sus reglas e impone un modo particular de integrar las directivas, amén de ampliar el control estatal de la actividad sindical. Sin que me quede nada por dentro, creo que en esta materia el general Eleazar López Contreras fue más progresista.

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