POR MI MADRE: SE LO MERECÍA

Tal Cual

La madrugada del lunes estuvo marcada por un triunfo admirable, emocionante e inspirador. El venezolano Maickel Melamed conquistó la meta del Maratón de Nueva York luego de una caminata de más de 15 horas, con frío y cansancio, además de sus propias limitaciones motoras.

Sin duda, una historia de tesón y compromiso. Allí estuvieron quienes lo acompañaron durante los 42 kilómetros de recorrido, quienes lo recibieron en la llegada con medallas en la mano sólo para compartir con él el gesto de ponérselas al mismo tiempo y quienes sirvieron para llevar las imágenes y relatos a los más de 15 mil venezolanos que vieron en directo la transmisión por Internet, sin contar los miles de tuiteros que siguieron la proeza. Todos estaban, excepto los medios públicos, esos de todos los venezolanos. Lamentamos ver que las pantallas no se aprovechan para darle más relevancia a un hecho de por sí histórico.

Pedimos reflexión. Algunos canales reaccionaron tarde, escuetamente, pero reaccionaron. Otros se quedaron mudos, no durante la llegada sino durante las más de 15 de horas que duró toda la caminata. Las redes y Maickel ganaron

LA PAJA EN EL OJO AJENO

Wall Street no deja de tener indignados en las calles reclamando por la crisis económica. Muchos han sido detenidos, encarcelados, bañados con chorros a presión usando la versión gringa de la popular "ballena" que tanto utilizaba la PM contra estudiantes venezolanos, de antes y de ahora. El gobierno de Chacumbele los arropa de dignidad, dice que ellos son la esperanza de la izquierda norteamericana (¿?) y hasta manda a la Golinger a apoyar la "insurrección pacífica contra el capitalismo". Al contrario, la vara cambia en Venezuela, donde una protesta es guarimba y en vez de indignados son golpistas. Protestas buenas y protestas malas. Las buenas son contra Ocariz, Capriles, Pérez... las malas son contra Esteban, Jaua, ministros varios y hasta el Seguro Social. Doble raseo que llaman

INVOLUCIÓN

Dante Rivas es uno de esos funcionarios del Estado que, hasta ahora, ha levantado buenas críticas, algunos aplausos y hasta respeto entre quienes reconocen logros en la gestión del Saime. La modernización de la institución, la rapidez en su funcionamiento, la apertura a los medios de comunicación y lo accesible que ha sido a los usuarios mediante su twitter @DanteRivasQ dan cuenta de alguien que quiere hacer las cosas bien. Lamentablemente todo tiene su final. Se dice que Rivas será el candidato chavista para la gobernación de Nueva Esparta, y por eso su pleito con Morel Rodríguez de estos últimos días. Ojalá no ocurra ese cambio. Los ejemplos anteriores que hemos visto cuando se candidatea a un funcionario efectivo han sido terribles. En el recuerdo quedó Vielma Mora y su Seniat. Ni hablar de Jacqueline Faría e Hidrocapital, que algo hacía hasta que se puso roja rojita y politiquera.

REGRESEN A GABRIELA

Las declaraciones de la artista Gabriela Montero a propósito del tono acusatorio de su más reciente obra, Expatria, no son poca cosa en el adormecido ambiente nacional, muy especialmente en el de la cultura. Lo que dijo lo dijo en todo doloroso, fue un desgarramiento interior, un arañazo en el alma, una punzada en las entrañas de la conciencia. Y lo dice una artista excelsa, tal vez la más grande que ha tenido este país después de Teresa Carreño. Lo dice alguien que tiene mucho que perder en el país del cálculo y la doblez moral. Gabriela Montero sabe lo que significan las ovaciones en el Teresa Carreño y las prebendas que le reportaría su imagen a un país-régimen, a una nación-verde-roja, secuestrada por el militarismo más abyecto para el cual el arte no pasa de ser un uso y una explotación útil en beneficio de su propaganda desmedida. Gabriela Montero sabe a lo que renuncia y lo que pierde. Y de lo que se priva a su fiel público. ¿Quién tendrá la osadía de invitarla a tocar en su país durante los próximos doce meses que nos quedan de pesadilla militar? ¿Extrañará Dudamel sus performances que al alimón con Gabriela Montero provocaban verdaderos rugidos de emoción en nuestras salas al punto que los encore terminaban durando tanto como el concierto mismo?