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martes, 13 de noviembre de 2012

Patos en un garaje

Tal Cual

Sabana Grande fue un extraordinario espacio público aún antes de la peatonalización, cuando el Bulevar se llamaba avenida Lincoln y era una de las vías de tráfico más importantes de la ciudad. Un espacio público no es sólo una cuestión de infraestructura, sino de clima sociocultural, de vida ciudadana

MARCO NEGRÓN

Al caer la tarde de hace tres o cuatro sábados recorrí el recuperado Bulevar de Sabana Grande. Estaba atiborrado de gentes que iban arriba y abajo pero que para nada reflejaban la imagen del paseante, esa persona que se desplaza con parsimonia, mirando las vitrinas, deteniéndose a saludar a un amigo o sentándose en un café al aire libre para, con la excusa de tomarse un marroncito o paladear una cerveza, observar a los demás.

Daban la sensación de moverse hacia un destino lejano, más allá del Bulevar, y no sin razón: las vitrinas han perdido todo atractivo porque en su gran mayoría exhiben sin gracia más o menos las mismas mercancías, mientras que las mesas de los tradicionales cafés al aire libre prácticamente han desaparecido al punto que el emblemático Gran Café se ha convertido en una ñinguita, donde las personas dan la sensación de ser más grandes que las pocas mesas que les permiten; en cambio se apiñaban en los incómodos bancos públicos para poder saborear con alguna tranquilidad una barquilla de helado o un perro caliente.

Los más bien mezquinos juegos para niños, dicen que importados de China, se sienten fuera de contexto sobre el concreto y sin un espacio donde los padres puedan sentarse a descansar o conversar mientras esperan a los pequeños.

Cuando estudiaba bachillerato tuve un excelente pero irritable profesor de química que al alumno que empezaba a divagar sin rumbo al ser interrogado sobre algún tema de la asignatura, le espetaba sin muchas contemplaciones: "estás más perdido que un pato en un garaje".

Esa imagen del ánade caminando sin rumbo por ese espacio anónimo, con sus patas tan poco hechas para moverse sobre el pavimento y el vuelo inhibido por el encajonamiento, me quedó grabada para siempre y despertó esa tarde en sábado en Sabana Grande: patos en un garaje parecían (parecíamos) esos miles de caraqueños, ávidos de un espacio de distensión, donde descansar del agobiante trajín cotidiano de una ciudad cada vez más hostil.

Sabana Grande fue un extraordinario espacio público aún antes de la peatonalización, cuando el Bulevar se llamaba avenida Lincoln y era una de las vías de tráfico más importantes de la ciudad pero sobre sus aceras, ni siquiera demasiado generosas, se abrían librerías, cines, cafés, restaurantes y tiendas de todo tipo que hacían volar la imaginación cuando los artículos exhibidos escapaban al alcance de los bolsillos.

Lo que demuestra que la calidad del espacio público no es sólo una cuestión de infraestructura, ni siquiera de buen diseño arquitectónico (lo cual, por supuesto, siempre se agradecerá) sino sobre todo de clima sociocultural, de vida ciudadana, de mezcla social, de simpatía hacia el otro; reunión, como ha observado Arturo Almandoz, de la heterogeneidad, la variedad, la centralidad, la simultaneidad, la concentración, la teatralidad.

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