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martes, 13 de noviembre de 2012

Espontaneidad y autenticidad

Alejandro Moreno - El Nacional
13 de noviembre 2012 - 00:01


“Lo que pasa es que ustedes no entienden a la juventud; los jóvenes hablan sin hipocresías y dicen lo que piensan sin reprimirse, son espontáneos”. Expresiones como estas y otras similares se oyen con frecuencia especialmente cuando un adulto se escandaliza porque alguien, joven generalmente, manifiesta la opinión que se le ocurre quizás en voz alta, alterada y, según el otro, “irrespetuosa”. De hecho, si uno quiere ser espontáneo no tiene que pararle mucho al respeto porque éste coarta la espontaneidad.

Pero entonces, ¿cómo se puede convivir si no nos respetamos? ¿Será que para convivir sin violencia habrá que renunciar a decir la verdad sin cortapisas, a ocultar los propios pensamientos y sentimientos, a someterse, respetuosamente, ante la opinión ajena? ¿Qué fue lo que dijo Rousseau? Si varios “espontáneos” se ponen a vivir juntos, el experimento no durará mucho porque no se trata sólo de decir lo que se piensa sino también de hacer lo que a cada cual, sin reprimirse, se le ocurre. Parece que entre espontaneidad y convivencia las cosas no funcionan. ¿Pero no se le puede adosar el respeto? Una espontaneidad respetuosa es una contradicción en sí misma. Los más espontáneos, quizás los únicos en la realidad concreta, son los niños, cuanto más pequeños mejor. Ellos no se reprimen. ¿Son felices? Porque felicidad y represión se contradicen. Agustín de Hipona en las Confesiones, dice algo al respecto: “¿Acaso para aquel tiempo (cuando era niño) era bueno pedir llorando lo que no se podía conceder sin daño, indignarse amargamente con las personas que no se sometían y no accedían a las señales de mis caprichos, esforzándome yo por hacerles daño con mis golpes cuanto podía por no obedecer mis órdenes? De aquí se sigue que lo que es inocente en los niños es la debilidad de los miembros infantiles, no el alma de los mismos”. Según esto, parece que la espontaneidad es más bien un ejercicio de poder sobre los otros. ¿Será que no es reprimida pero sí represora?

¿Quién no ha anhelado muchas veces poder ser espontáneo? Y además, ¿quién no ha lamentado que el paso del tiempo haya ido haciéndole perder frescura, una idealizada infancia libre y feliz, sin domesticación? No hay ninguna duda de que la espontaneidad es un valor muy enfatizado y promovido en nuestra sociedad. ¿No se tiene en cuenta lo espontáneo que es el acto del malandro que llena de plomo a un prójimo? Para Gramsci la espontaneidad era lo propio de las “clases subalternas” y por eso no servía para la revolución.

A quien se aprecia mucho se le suele atribuir la frase: “espontáneo y auténtico” como si ambos términos formaran un solo concepto. Pero autenticidad es otra cosa. En el fondo es ser y comportarse como fiel a sí mismo, en toda circunstancia y de manera integral, con libertad para decidir la palabra que se va a decir y la acción que se va a ejecutar emanantes ambas no desde el impulso desatado sino desde la ponderada integración personal de razón, afectividad, sentido de realidad y aprecio de la circunstancia. El auténtico es libre para decidir cuándo y cómo manifestar espontáneamente su autenticidad.

Se dan, sin embargo, distintas autenticidades. Una es la que, mediante una adecuada y respetuosa educación, se ha concretado en una personalidad libre y satisfactoriamente integrada en la convivencia humana y otra es la que, por otros caminos, ha desembocado en una estructura también personal, en un propio ser formado por la disposición a la violencia. Ese violento, cuando actúa, lo hace siendo fiel a sí mismo con razón, afectividad y voluntad libres, de manera auténtica.

¿Cuántos auténticos y espontáneos malandros tenemos?

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