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lunes, 18 de junio de 2012

Angélica Alvaray: Mio Cid

LaPatilla.com
junio 18, 2012 8:53 am

Mi papá nos llevó a ver el Mio Cid en el Cine Ávila, por allá en los años sesenta, cuando la televisión era en blanco y negro y la pantalla grande de los cines reflejaba toda la belleza del color y la imponencia de Hollywood: el montaje de las escenas, las batallas, los trajes, los maquillajes, los grandes actores. Rodrigo Díaz de Vivar era interpretado por Charlton Heston, y Doña Ximena era la magnífica Sofía Loren.

Con los años me enteré que esa historia estaba basada en una vida real, que ese Rodrigo existió, que fue desterrado de Castilla y que se hizo de un ejército para sacar a los moros de Valencia, hasta que lo logró. Solo entonces el rey Alfonso reconoció sus victorias, le quitó el destierro injusto y lo nombró Señor de la ciudad.

El momento que más recuerdo de la película es la última batalla, cuando todo parecía perdido y Rodrigo, agonizando, decide salir al campo, convence a su paje para que, aún muerto, lo vista de caballero, lo amarre al caballo y a su lanza y lo haga salir a pelear. Construyen una armadura para sostenerlo sobre la montura, un traje que resalte sus banderas, lo rodean sus más fieles vasallos y sale el Cid al fulgor de la batalla.

La figura del Cid hace que los moros retrocedan, desconfíen de sus propias encuestas, digo, espías, y solo ven la cara hinchada del líder, las horas que se queda montado en su caballo, la imagen al parecer activa de Rodrigo. Huyen despavoridos.

El domingo pasado fuimos testigos de una marcha sin precedentes: una avalancha de gente que estaba toda unida para apoyar al candidato joven, al nuevo. A diferencia del pasado, donde las consignas eran de rabia y de protesta, en esta los mensajes eran positivos, de fe en el futuro. Pero la mayor y más importante diferencia fue la pluralidad de la gente: había personas de todas las urbanizaciones y barrios de Caracas, de diferentes gremios y clases sociales, representaciones de la mayoría de los estados del país, militantes de las treinta y tres organizaciones que apoyan al candidato de la unidad, en fin, había un colorido maravilloso.

Al día siguiente, en cambio, vimos al candidato del gobierno, repetido, desgastado, que quiere hacer de todos los héroes del pasado su propia imagen: es Bolívar y Cristo, es Zamora y Fidel, el candidato invencible, el único, el eterno. Su estrategia parece la misma que la de Rodrigo. En esta tierra sedienta de héroes tenemos nuestra propia fábrica de mitos y leyendas, y tener un Cid criollo sería, como mínimo, pintoresco.

Pero nosotros, los que queremos un cambio, no somos moros, ni traidores, ni nada de esos epítetos con los que nos nombran. Somos ciudadanos del mismo país, con los mismos derechos, inalienables. Así que tenemos que salirle al paso a los rumores, a los fantasmas del pasado, a la desesperanza que algunos parecieran tener. Las guerras solo se ganan en el campo de batalla, peleando hombro a hombro, casa por casa, voto por voto. Y el domingo ya comenzamos a ver los frutos, la fuerza del cambio.

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